
Libertad
Cuando se quiere hacer un análisis de la realidad social se encuentran múltiples motivos de seria preocupación, pero no es menos cierto que también se pueden apreciar no pocas realidades que se abren a la esperanza.
La libertad es uno de los mayores dones que posee el hombre. Y el poder vivir en ella es, sin duda, uno de los bienes más preciados, por no caer en el absolutismo que denunciamos más arriba, al asegurar que es el bien más preciado.
Pero la libertad, primero es preciso conocerla, luego hay que amarla, para, finalmente, poder vivirla y ejercitarse vitalmente en ella.
Y todo esto no es en absoluto nada fácil.
Conocer la libertad supone ir más allá de la simple teoría y experimentar la grandeza que tiene en sus múltiples facetas, que permiten al hombre optar por una cosa o por la contraria, por el bien o por el mal, por lo correcto o por lo incorrecto, conociendo perfectamente las consecuencias que se derivan de actuar de una forma o de otra, de tomar una actitud u otra, una decisión u otra.
Desde este conocimiento profundo de lo que es la libertad, se podrá vivir en libertad y ejercitar la libertad.
Esto quiere decir que no solo basta en que la persona disponga de una libertad exterior, que le permite expresarse o moverse según le parece, según le conviene o según otra razón legítima, sino que además, lo hace desde el ejercicio de la más profunda libertad interior.
Y volvemos a la clave de los planteamientos que estamos haciendo.
Esta libertad interior nace de la capacidad que tiene la persona para ser dueña de sus propios pensamientos, de sus propios sentimientos, de sus propias actitudes y de sus propias decisiones, y no de la ‘marioneta’ que habla, que piensa, que siente o que actúa según la influencia que se ejerce sobre ella a través de los múltiples medios de presión que tiene nuestra sociedad, o mejor dicho, los diferentes grupos de presión que actúan, y no generalmente por razones humanistas o altruistas, sino más bien con fines de poder, económicos, etc.
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